miércoles, 9 de octubre de 2013

Desnudos del alma

Ellos como siempre, estaban solos. No solos en el mundo ni en la casa, solos adentro de ellos. Sin voces que dijeran nada, como muertos.

Siempre salían a correr los desnudos del alma, para deleite de las muchachas. Para horror de los viejos que no entienden.

La tarde de mayo era triste. La muerte los besó tibiamente, sin ganas. Sus familiares los acariciaron en el velorio, como si fueran gatos. Como si la vida fuera un juego de ajedrez. De hecho en el velorio todos jugaban ajedrez.

Como siempre, los desnudos no significan nada. Tibia, la muerte no duele, los astros no brillan para el que no añora. No son tan grises las noches para el que está acompañado.

Los muertos se quejan, los vivos no lloran. No aquí. No en este damero absurdo de acariciar muertos, de denegar personas.

Los desnudos del alma se muestran, y a las muchachas las apasiona esto. Tanto que se buscan novios contadores, de miedo de acabar ahí en la calle, buscan un poco de frivolidad para sus vidas de calentura y poesía tirada por la vereda.

Los muertos acariciados son una tradición muy antigua, me comentaba una ladradora profesional. Aquí no es como en su país, me dijo. Aquí honramos a los muertos jóvenes. Los acariciamos todo el velorio hasta la tumba de sus camas, o sea hasta que son viejos.

Nuestra carne dura de rencores no nos deja ver lo que oculta el desnudo, la verdad del disfraz que escapa. Lo real que conmueve y apasiona. Los vestidos de traje disimulan. No hay aquí otro after hour para mi rebelión de bata? No habrá un Big Mac sabroso, para limpiar el sueño?

Los desnudos del alma se escabullen en la ciudad nefasta de los muertos fríos, como esquimales que lloran lágrimas heladas, sus virtudes son santas. No se lo que esto significa...



Alejandro G. Vera