jueves, 6 de junio de 2019

-El arte como utilidad (la profanación del arte en las redes sociales)-


El lenguaje supone un método indicativo de la realidad, para generar un consenso útil entre los actores de un plano de lo real concreto. Y con esto quiero decir que, si digo “vaso”, en un restaurante, espero que se me brinde ese objeto de vidrio, capaz de contener un líquido.
El lenguaje, además de ser indicativo, deíctico (directivo), y tantas otras cosas, es metafórico. Y aquí viene lo interesante. Todo lo dicho es metáfora. Nadie entiende (completamente) a nadie.
Por otro lado tenemos el arte, la belleza del artificio, la inutilidad del arte. ¿Por qué el arte es inútil? Que el arte sea inútil no es algo malo. El arte es observable y genera tantas lecturas como observadores existen.
Y aparece aquí un concepto muy interesante que yo denomino “la causalidad fortuita”. Encontrarle una causa a un hecho que ocurre por casualidad. Hoy en día existe una imperiosa necesidad de sacar dinero de todo lo creado. Históricamente el arte fue atesorada, traficada, y vendida. No me refiero a eso. Hoy en día se busca la utilidad del arte. Pero sobre todas las cosas la utilidad publicitaria. La publicidad como arte. Aquí se confunde la palabra arte con la definición de talento para realizar determinada tarea.
Volviendo al tema del lenguaje, este se torna representante de la conmoción social por el consumo. Ya que todo es metáfora, podemos usar “comodines” para representar algo. Lo que queramos. Por ejemplo, para una publicidad de jabón, se puede usar la historia de un elefante. O (más real) podemos pensar que somos una tribu que consume bebidas “cola” y que esto nos une. Allí aparece la uniformidad de la multitud que ejerce presión para que el individuo forme una fase social. Una portada. Un rostro. Mejor aún: una máscara.
La palabra persona, que antiguamente significaba máscara, toma el sentido metafórico de un modo estricto. Soy la máscara.
¿Y dónde queda el arte? El arte representa a la máscara que quiero mostrar a la sociedad. No el arte que produzco, poca gente produce arte; el arte que consumo.
Y es este tornarse el arte en objeto de consumo una forma de volver moneda a un cuadro (u otra forma de arte). Pero no termina ahí, el cuadro es a su vez la copia digitalizada del mismo, ya que un pintor jamás podría hacer tantas pinturas para ser mostrado en los “living rooms” de la cultura de masas. El arte es profanado por la multiplicidad de espectadores.
La desnudez del arte pasa a ser un burdo show de feria donde están los que leyeron Rayuela, los fanáticos de Sade, los del “wallpaper” de Vincent Van Gogh. Y detrás de esa oscura y profunda máscara se esconde lo real.
¿Qué es lo real? Lo real no se puede nombrar con palabras ni con el silencio (parafraseando a Lao Tsé). El problema es que el arte que profanamos es lo más cerca que estaremos en vida, de conocer lo real.
Cuando uno ve por primera vez a un árbol, ve a un árbol. Cuando lo ve de nuevo, ve a todos los árboles. No así el arte. Cuando uno lee (Por ejemplo) “Sobre héroes y tumbas” lee una cosa, y cuando lo lee de nuevo, la obra es otra. ¿Por qué ocurre esto? Porque si todo es metáfora el arte es super-metafórica, y nuestro lenguaje objeto se enajena al contemplar ahí desnudo, un abismo en el que cabe tanto Dios, como el infierno mismo.
La profanación del arte en las redes sociales, así como en la publicidad, es parte ya de la cultura. Todo lo que conocíamos cambió. Y esto no es algo malo. El universo viaja hacia el cambio. Es por eso que el hombre y la mujer viajan sin saberlo a la muerte de lo viejo, pero pudiendo escapar sin aferrarse a nada.
Autor: Alejandro Gonzalo Vera, UNPAZ 2019

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