sábado, 7 de agosto de 2010

El hombre que se equivocó de tiempo


Dios era un disfraz de su mirada. Y él (Juan Pablo) como siempre sonreía. Porque Persona es Máscara, me confesó La Muerte en un suspiro; llámese orgasmo si es que alguien tan frío como ella puede alcanzar el clima. Creo que solo cuando besa.

Y Juan Pablo entró al baile de la vida, pero él tocaba Jazz a contra-tiempo y entró con paso chueco. El sistema que observa le gritó: Desnudo! Tú no tienes máscara. Y así nunca lo imposible será posible, pensaba Juan Pablo para sus adentros que eran bastante obscuros.

Se le acercó una bailarina a versearlo con su lengua “filosa de filosofía”, Pero Pablo era sordo de congojas.

Ël quería tocar Jazz, no bailar, ni versear, ni tener Máscara.

Y en un momento al disc-jockey, mejor dicho a su caballo, le saltó la púa. Y ya todos eran Pablo y sonaba Charlie Parker, y Django Reinhardt con su mano fragmentada. Y Pablo descubrió que todo nos responde. El sistema estimula, porque si no estimula despertamos…

Y cuanto más Jazz sonaba, más Juan Pablo crecía, pero de una forma trágica. Como un pseudo-Cristo camino al cadalso, o mejor aún, como una vaca rumbo al matadero.

“Quiero decirles a todos que Dios es un concepto”, gritó Juan Pablo pero todos pensaron que era Peli-grosso, porque tenía el pelo grueso.

Y el caballo ciego del disc jockey, (llamémosle destino si prefieren) lo atropelló. Lo desprogramó. Estaba muerto. Entonces, solo entonces, se empezó a escuchar de nuevo esa música horrible (y aturdidora) de los clubes, que destroza las almas, en el caso de que alguna quede. Y aunque no sea así, la maldita música suena. Porque los que escuchan no hablan, y los que hablan no saben…

Alejandro G. Vera

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